(Dedicado a José Antonio Martín, Petón, Primus inter
Pares)
110 años han transcurrido desde
que una tarde de abril –luminosa, no importa si llovía- un grupo de estudiantes
en su mayoría vascos se reunieron en la madrileña calle de la Cruz. Su
propósito fue fundar un club de “football”, con sede en Madrid y rango de
sucursal del Athletic Club de Bilbao. Muy pronto se formó un equipo que entonces
vestía de blanco y azul, jugaba en los aledaños del frontón del Retiro, y se
enfrentaba a clubes ya arrumbados por el tiempo como el Iberia, el Hispania, o
el Amicale.
Aquel Athletic Club
fue germen e inspiración de uno de los clubes más ilustres y más galardonados
del mundo: el Atlético de Madrid. Sus recientes 110 años nos descubren toda una
epopeya que va desde el entorno aficionado hasta el profesional, desde el rumor
pedregoso de los campos de tierra hasta el coro desafinado de los Estadios,
desde la rivalidad sin remedio de los campeonatos regionales hasta la cima
babélica de las competiciones internacionales. Cientos de futbolistas de nombre
imborrable han defendido sus colores – entre tantos Ben Barek, Juncosa, Collar,
Ufarte, Adelardo, Peiró, Luis, Gárate, Reina, Leivinha, Dirceu, Kiko, Caminero,
Fernando Torres, Falcao-, todos brío y todos seda, en el clamor de una afición que se adivina singular.
Ser del Atlético de
Madrid exige o supone o procura un sentimiento mayúsculo de identidad. Tal vez tantos
aficionados de tantos clubes puedan esgrimir un análogo orgullo, un análogo
fervor; la diferencia es acaso el poso de melancolía y el lazo incondicional
que prestigian a quienes nos sentimos colchoneros. Pese a los contratiempos y a
las adversidades, pese a las fatalidades y a los sinsabores, el seguidor del
Atlético nunca renuncia a su condición. El empeño de ser y la convicción de
pertenecer alimentan un poso romántico que nos hace atléticos aunque no corra
el balón o aunque éste se aleje de aquella portería. No somos únicos pero somos
diferentes, no somos mejores pero somos privilegiados.
Hinchas rivales y
medios de prensa yerran al interpretar las hechuras de dicho sentimiento.
Confunden la fidelidad con la resignación, la fe con el ofuscamiento, el celo
con la temeridad. Trazan y pregonan la imagen de un club a la sombra de otro, de
una afición sufriente por oficio, de un equipo maldito que todos los días se
descose por un gol estrafalario de Schwarzembeck.
Lo verdaderamente
preocupante es que la entraña del Club que desde más de cinco lustros gobierna
o desgobierna la ya centenaria Institución se suma al corifeo de quienes
parodian el rastro del Atlético de Madrid. Compran y venden y venden y compran,
disimulan situaciones dramáticas con espasmos publicitarios, privilegian y
desdeñan y alaban y repudian desde el espurio vientre de su legitimidad.
Los 50 es el nombre de la peña
que en otoño de 1930 adoptó un grupo de aficionados atléticos que en su mayoría
procedía de la llamada “Peña de los Forofos”. Nombres de candilejas y estoque
como Arniches y Lalanda se unían a otros
de casta rojiblanca como Rodríguez Arzuaga, Barroso, o Cotorruelo.
Más allá de su ardor
dulce y guerrero, Los 50 convergían en el anhelo de restituir durante el
sombrío gobierno de Luciano Urquijo los no tan remotos valores que distinguían
a su Club. “Ha llegado el instante”, rezaba el texto que los primigenios 50
publicaban en las páginas del progresista “La Libertad”.
Tal vez ahora,
tantas y tantas décadas después, haya de nuevo llegado el instante. El instante
de reivindicar la voz, la virtud, el sentido, la Historia. El instante de
desterrar el fatalismo, de esquivar en despeje de puños el disparate y la
caricatura.
En la estela
portentosa de sus antecesores, Los 50 han recobrado su signo y su huella. El 25
de abril de 2013, víspera del aniversario de la fundación del Athletic Club y
por ende del Atlético de Madrid, una nueva formación de atléticos de santo y
seña presentó en sociedad la versión de nuevo siglo de Los 50. Unidos a sus
antecesores en identidad y en propósito de estilo, la rediviva Peña aspira a
participar en la custodia de la Historia y de los principios que distinguen a
nuestro Club. Se trata de paliar la ignorancia y de denunciar la desmesura que dolorosamente
también brota desde la arquitectura de nuestra platea.
En tan prometedora
reedición de Los 50 abundan los nombres ilustres, algunos ligados a nuestra
tradición como los de Salazar y Acha. O el de Irezábal, mi bisabuelo, que en su
calidad de presidente del Athletic de Bilbao fue invitado a participar en la
más conspicua peña de su fraterno rival.
Porque yo también
pertenezco a Los 50, timbre añadido a mi condición ya honorable y devota de
rojiblanco. Ni seguidor, ni aficionado, ni socio: sencilla y felizmente y
hondamente rojiblanco. Del Atleti.
Derrochando coraje
y corazón. Larga vida a Los 50.
Fernando M.-Vara de Rey de Irezábal